Profunda, pero cada vez mas clara
Con el tiempo, siempre lo he notado: donde sea que voy, hay un coqueteo en el espacio, una sonrisa fugaz, un halago inesperado.
Al parecer, mis ojos dicen demasiado, mientras mi silencio se vuelve un sonido mudo y ondulante.
El otro día, caminando por las calles de la Ciudad de México, con la mirada fija en mis pasos, me pregunté:
¿Qué es lo que me mantiene en pie, incluso cuando nada de lo que quisé permanece conmigo?
De algún modo, todo lo vivido se proyecta en mi mente como pequeños cortos. A ese lugar le llamo: el almacén de los recuerdos.
A veces me siento una nómada sin rumbo,
pero cuando escribo, me anclo.
No sé bien a qué,
pero algo en esa acción me sostiene,
me siento,
me hace ser.
Es curioso —y a veces gracioso— saber que algunos piensan que me estoy desviviendo,
otros que soy simplemente solitaria,
y algunos más, que soy magnífica.
Pero, ¿qué es lo real, si no esta alma que siente tanto, que piensa demasiado y que se desvive por vivir?
Todo lo que alguna vez fue… ya se ha esfumado.
Y justo por eso, agradezco lo que permanece.
Sé que me rebelo contra esta sociedad,
porque me duele el desencanto que muchos cargan,
a pesar de tener cosas que yo apenas rozo.
Camino sola por esta ciudad,
buscando el significado en los detalles,
aunque por las noches,
me invada el deseo de irme lejos… muy lejos de aquí.
No hay nada como estar
en un café con un gran amigo.
Llegar, mirarnos en silencio,
y sentir cómo las miradas nos apuntan,
como si dijeran:
“son los extraños.”
Me siento extranjera en el lugar donde nací.
Extranjera de este mundo.
Y sin embargo, hay personas que me hacen sentir
que no es tan malo quedarse.
De alguna forma,
esta rebeldía que me hierve la sangre
me ha llevado a encontrar a otros rebeldes:
tristes, errantes,
y más lúcidos que nadie.
“Mi sensibilidad, para existir,
mi vida, es mas vida, cuando hay belleza, cuando hay mas todo”